la falta de respeto, civismo y consciencia ciudadana que a diario cobra vidas
El derecho a transitar debería estar acompañado de un principio elemental: quien maneja un vehículo tiene mayor responsabilidad porque conduce una máquina capaz de arrebatar vidas en segundos.
En toda sociedad, la norma debería ser proteger al más frágil. En la calle, ese papel corresponde al peatón. Sin embargo, aquí ocurre lo contrario: el conductor se siente dueño de la vía y el peatón, reducido a un actor de segunda categoría, expone su vida en cada cruce, en cada esquina y en cada tramo donde la señalización brilla por su ausencia o el irrespeto la convierte en adorno.
El futuro del país depende de la capacidad de sus ciudadanos para asumir el compromiso de construir una convivencia más armónica, inclusiva y solidaria. Solo así será posible dejar atrás el déficit que tanto ha marcado a la sociedad y avanzar hacia un modelo en el que el respeto y la paz sean la norma.
Este déficit no es una cuestión menor; constituye la base de un mal que socava el progreso y afecta la convivencia pacífica. Como expresó Benito Juárez, "el respeto al derecho ajeno es la paz". Y cuando se irrespeta una señal de tránsito, se ocupa un espacio público sin pensar en los demás o se reacciona con violencia, se vulnera ese derecho ajeno, sembrando desorden y conflictividad.